
Zaragoza no solo ha sido escenario de rodajes; ha sido parte activa de la historia del cine español desde sus orígenes. La primera película española que se conserva, Salida de misa de doce del Pilar (Eduardo Jimeno, 1899), se rodó aquí mismo, a las puertas de la basílica. Desde entonces, la ciudad no ha dejado de inspirar a cineastas de todo tipo: del clasicismo de Nobleza Baturra al experimentalismo de Maenza, del cine negro de Culpable para un delito al realismo de Las niñas, del Hollywood de Salomón y la Reina de Saba a las series contemporáneas para plataformas.
A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, Zaragoza ha acogido más de 200 rodajes anuales, ha impulsado una ordenanza audiovisual pionera y ha constituido su propia Film Office municipal. Pero hasta hace poco, todo este caudal narrativo carecía de una forma visible y permanente en el espacio urbano.

Eduardo Jimeno inmortalizado con su cámara Lumière. La escultura, situada en la Plaza de Ariño y realizada por Manuel Arcón (1996), rinde homenaje al autor de la primera película conservada del cine español.



Impulsada por Zaragoza Film Office y comisariada por Vicky Calavia, la ruta "Zaragoza, Ciudad de Cine" nace con el objetivo de sacar a la superficie la memoria audiovisual de la ciudad y convertirla en experiencia viva. El punto de partida fue una investigación rigurosa sobre casi un centenar de producciones rodadas en Zaragoza a lo largo de los años. De ese análisis surgió una selección de siete localizaciones especialmente significativas desde el punto de vista narrativo, patrimonial y urbano.




Cada una de estas localizaciones articula un fragmento distinto del relato fílmico de la ciudad: Plaza del Pilar, como origen mítico del cine español; Puente de Piedra, como postal fluvial y testigo de relatos costumbristas; Plaza San Felipe, con sus rincones escondidos y texturas que invitan a rodajes íntimos; Plaza de España, como encrucijada entre lo monumental y lo cotidiano; Palacio de la Aljafería, decorado versátil entre lo histórico y lo fantástico; Valdespartera, símbolo de la expansión contemporánea y escenario de nuevas ficciones; y el Aeropuerto, espacio de paso convertido también en escenario narrativo.
Estos siete puntos fueron señalizados mediante tótems informativos, concebidos como portales físicos hacia la historia cinematográfica del lugar. Cada uno de ellos comparte formato y dimensiones con los tótems de la ruta conmemorativa Los Sitios de Zaragoza 1808–2008, ya presentes en el espacio urbano, lo que permitió una integración coherente en términos de escala y lenguaje visual. En ellos se combinan información histórica, anécdotas de rodaje, escenas míticas y mapas localizadores. Se accede también a contenidos multimedia mediante códigos QR, y se acompaña de una programación de visitas guiadas mensuales, concebidas como una forma alternativa de descubrir Zaragoza: no como turista, sino como espectador.


El trabajo consistió en idear un sistema gráfico que respetase tres premisas: integrar los tótems en el espacio urbano sin invadirlo, aportar una lectura clara de contenidos heterogéneos, y construir una identidad visual coherente con el espíritu de la ciudad y del cine.
Los materiales —resistentes, pero visualmente ligeros— permiten que cada tótem se intuya más que se imponga: como si siempre hubiera estado allí, como si hubiese brotado del propio relato urbano.




Detalles técnicos del diseño de los tótems, para su instalación en vía pública.

Los tótems han contribuido a consolidar la marca Zaragoza como ciudad de cine, no solo desde el plano turístico o cultural, sino también como argumento estratégico de desarrollo. Han hecho visible un relato que antes solo estaba en festivales, en libros o en archivos. Hoy está en la calle.
Desde su instalación, la ruta ha generado nuevos flujos de visitantes, ha servido de recurso pedagógico, ha reforzado el trabajo de la Film Office como mediadora entre producción y ciudad, y ha sido replicada como modelo en otras iniciativas.
Pero, sobre todo, ha hecho algo más importante: ha cambiado la forma de mirar Zaragoza. Porque ahora, cada esquina puede ser un decorado, cada plaza un travelling. Y cada zaragozano, un figurante de su propia película.






Zaragoza no solo ha sido escenario de rodajes; ha sido parte activa de la historia del cine español desde sus orígenes. La primera película española que se conserva, Salida de misa de doce del Pilar (Eduardo Jimeno, 1899), se rodó aquí mismo, a las puertas de la basílica. Desde entonces, la ciudad no ha dejado de inspirar a cineastas de todo tipo: del clasicismo de Nobleza Baturra al experimentalismo de Maenza, del cine negro de Culpable para un delito al realismo de Las niñas, del Hollywood de Salomón y la Reina de Saba a las series contemporáneas para plataformas.
A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, Zaragoza ha acogido más de 200 rodajes anuales, ha impulsado una ordenanza audiovisual pionera y ha constituido su propia Film Office municipal. Pero hasta hace poco, todo este caudal narrativo carecía de una forma visible y permanente en el espacio urbano.

Eduardo Jimeno inmortalizado con su cámara Lumière. La escultura, situada en la Plaza de Ariño y realizada por Manuel Arcón (1996), rinde homenaje al autor de la primera película conservada del cine español.



Impulsada por Zaragoza Film Office y comisariada por Vicky Calavia, la ruta "Zaragoza, Ciudad de Cine" nace con el objetivo de sacar a la superficie la memoria audiovisual de la ciudad y convertirla en experiencia viva. El punto de partida fue una investigación rigurosa sobre casi un centenar de producciones rodadas en Zaragoza a lo largo de los años. De ese análisis surgió una selección de siete localizaciones especialmente significativas desde el punto de vista narrativo, patrimonial y urbano.




Cada una de estas localizaciones articula un fragmento distinto del relato fílmico de la ciudad: Plaza del Pilar, como origen mítico del cine español; Puente de Piedra, como postal fluvial y testigo de relatos costumbristas; Plaza San Felipe, con sus rincones escondidos y texturas que invitan a rodajes íntimos; Plaza de España, como encrucijada entre lo monumental y lo cotidiano; Palacio de la Aljafería, decorado versátil entre lo histórico y lo fantástico; Valdespartera, símbolo de la expansión contemporánea y escenario de nuevas ficciones; y el Aeropuerto, espacio de paso convertido también en escenario narrativo.
Estos siete puntos fueron señalizados mediante tótems informativos, concebidos como portales físicos hacia la historia cinematográfica del lugar. Cada uno de ellos comparte formato y dimensiones con los tótems de la ruta conmemorativa Los Sitios de Zaragoza 1808–2008, ya presentes en el espacio urbano, lo que permitió una integración coherente en términos de escala y lenguaje visual. En ellos se combinan información histórica, anécdotas de rodaje, escenas míticas y mapas localizadores. Se accede también a contenidos multimedia mediante códigos QR, y se acompaña de una programación de visitas guiadas mensuales, concebidas como una forma alternativa de descubrir Zaragoza: no como turista, sino como espectador.


El trabajo consistió en idear un sistema gráfico que respetase tres premisas: integrar los tótems en el espacio urbano sin invadirlo, aportar una lectura clara de contenidos heterogéneos, y construir una identidad visual coherente con el espíritu de la ciudad y del cine.
Los materiales —resistentes, pero visualmente ligeros— permiten que cada tótem se intuya más que se imponga: como si siempre hubiera estado allí, como si hubiese brotado del propio relato urbano.




Detalles técnicos del diseño de los tótems, para su instalación en vía pública.

Los tótems han contribuido a consolidar la marca Zaragoza como ciudad de cine, no solo desde el plano turístico o cultural, sino también como argumento estratégico de desarrollo. Han hecho visible un relato que antes solo estaba en festivales, en libros o en archivos. Hoy está en la calle.
Desde su instalación, la ruta ha generado nuevos flujos de visitantes, ha servido de recurso pedagógico, ha reforzado el trabajo de la Film Office como mediadora entre producción y ciudad, y ha sido replicada como modelo en otras iniciativas.
Pero, sobre todo, ha hecho algo más importante: ha cambiado la forma de mirar Zaragoza. Porque ahora, cada esquina puede ser un decorado, cada plaza un travelling. Y cada zaragozano, un figurante de su propia película.





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