Un espacio museístico entre arquitectura, memoria y diseño
En pleno Parque de Marchalenes, Valencia conserva uno de sus ejemplos más valiosos de arquitectura rural: la Alquería de Félix. Este edificio, originado en el siglo XIV y con transformaciones que atraviesan siglos de historia agrícola y social, ha sido recientemente recuperado y transformado en un espacio museístico que respeta su pasado y lo proyecta hacia el presente.
Intervención arquitectónica con memoria
La intervención arquitectónica, firmada por Carlos Salazar Arquitectos, se fundamenta en tres principios esenciales: conservar todos los elementos originales que definen la alquería; adaptar el edificio a su nuevo uso con técnicas y materiales contemporáneos; y utilizar un lenguaje arquitectónico actual que dialogue con el pasado sin recurrir a imitaciones.
La Alquería de Félix no es solo un edificio antiguo, es un documento construido que condensa siglos de vida, trabajo y paisaje. Desde sus orígenes en la huerta andalusí, pasando por su ampliación con lagar y cámara en los siglos XV y XVI, hasta su última etapa como vivienda de la familia Valls, todo en ella habla del vínculo entre territorio y cultura.
La reforma no ha tratado de borrar huellas, sino de revelar capas. La piedra, el mortero, los huecos abiertos y cerrados, las texturas... todo ha sido conservado o reinterpretado con respeto. La arquitectura no se disfraza de pasado: lo enmarca, lo resalta y lo explica, logrando un equilibrio medido entre rigor histórico, domesticidad rural y lenguaje contemporáneo.
Un patrimonio ligado a la Ruta de la Seda
Uno de los elementos más singulares de la alquería es la conservación del llit de cucs o andana, una estructura original de madera con estanterías de cañizo destinada a la cría de gusanos de seda. Se trata de uno de los ejemplos mejor conservados de toda la huerta valenciana, y su existencia conecta directamente el edificio con la industria sedera de la ciudad de Valencia —especialmente con el barrio de Velluters— y, por tanto, con la Ruta de la Seda.
La exposición museográfica pone en valor este patrimonio etnográfico a través de una narrativa clara que explica el proceso de cría, el contexto agrícola y su relevancia histórica.
Diseño expositivo: intervención contemporánea, ligera y sensible
El diseño de los elementos expositivos se abordó desde el inicio como una intervención que debía respetar el espacio, acompañar la arquitectura y establecer un diálogo visual y matérico con el entorno. Debido a las restricciones patrimoniales, los expositores debían ser autoportantes: no podían anclarse a las paredes ni interferir con la estructura existente.
A partir de esta premisa, se desarrolló un sistema de marcos de madera que contienen tres planos de información suspendidos, uno por cada capa de lectura, dispuestos a diferentes alturas y profundidades. Esta solución no solo organiza el contenido de forma clara, sino que introduce ritmo y ligereza al recorrido del visitante, generando juegos de luz y sombra a medida que el día avanza.
Detalles constructivos de los expositores
Detalles constructivos de los expositores
Detalles constructivos de los expositores
Detalles constructivos de los expositores
Soluciones técnicas y narrativa gráfica
El proyecto se resolvió sin tocar los muros, con bajo presupuesto, en un espacio que mezcla materiales irregulares, texturas antiguas y distintas alturas, logrando un resultado limpio, ordenado y con ritmo visual que demuestra oficio y sensibilidad.El diseño gráfico se articula mediante una guía de estilos cromática específica —granates, tierras, tonos piedra— que dialoga con los acabados arquitectónicos y refuerza la narrativa. Estos colores no son meramente decorativos, sino que recogen los tonos del entorno. La familia tipográfica Scala, en versiones Serif y Sans, aporta una identidad visual sobria y coherente con la escala humana del lugar, añadiendo un punto de sofisticación sin caer en lo pretencioso.
Un trabajo con múltiples capas de lectura
Lejos de imponer una presencia sobre la arquitectura, el diseño expositivo se integra como una presencia silenciosa pero significativa, que respeta, acompaña y estructura la experiencia del visitante. Cada decisión —material, gráfica o espacial— está en sintonía con el carácter de la alquería.
Los expositores funcionan a muchos niveles: son ligeros, legibles, honestos en materiales y proporciones, y sin embargo mantienen su identidad. Están presentes sin imponer. Esa ligereza estructural y formal refuerza la lectura del edificio y crea un conjunto armonioso donde nada chirría y nada sobra.
Se trata, en definitiva, de un trabajo que puede pasar desapercibido para quien no mire con atención, pero que aguanta perfectamente una lectura crítica y especializada. Y eso, en contextos patrimoniales y con bajo presupuesto, constituye un logro significativo que vincula de manera sensible el pasado con el presente.
Un espacio museístico entre arquitectura, memoria y diseño
En pleno Parque de Marchalenes, Valencia conserva uno de sus ejemplos más valiosos de arquitectura rural: la Alquería de Félix. Este edificio, originado en el siglo XIV y con transformaciones que atraviesan siglos de historia agrícola y social, ha sido recientemente recuperado y transformado en un espacio museístico que respeta su pasado y lo proyecta hacia el presente.
Intervención arquitectónica con memoria
La intervención arquitectónica, firmada por Carlos Salazar Arquitectos, se fundamenta en tres principios esenciales: conservar todos los elementos originales que definen la alquería; adaptar el edificio a su nuevo uso con técnicas y materiales contemporáneos; y utilizar un lenguaje arquitectónico actual que dialogue con el pasado sin recurrir a imitaciones.
La Alquería de Félix no es solo un edificio antiguo, es un documento construido que condensa siglos de vida, trabajo y paisaje. Desde sus orígenes en la huerta andalusí, pasando por su ampliación con lagar y cámara en los siglos XV y XVI, hasta su última etapa como vivienda de la familia Valls, todo en ella habla del vínculo entre territorio y cultura.
La reforma no ha tratado de borrar huellas, sino de revelar capas. La piedra, el mortero, los huecos abiertos y cerrados, las texturas... todo ha sido conservado o reinterpretado con respeto. La arquitectura no se disfraza de pasado: lo enmarca, lo resalta y lo explica, logrando un equilibrio medido entre rigor histórico, domesticidad rural y lenguaje contemporáneo.
Un patrimonio ligado a la Ruta de la Seda
Uno de los elementos más singulares de la alquería es la conservación del llit de cucs o andana, una estructura original de madera con estanterías de cañizo destinada a la cría de gusanos de seda. Se trata de uno de los ejemplos mejor conservados de toda la huerta valenciana, y su existencia conecta directamente el edificio con la industria sedera de la ciudad de Valencia —especialmente con el barrio de Velluters— y, por tanto, con la Ruta de la Seda.
La exposición museográfica pone en valor este patrimonio etnográfico a través de una narrativa clara que explica el proceso de cría, el contexto agrícola y su relevancia histórica.
Diseño expositivo: intervención contemporánea, ligera y sensible
El diseño de los elementos expositivos se abordó desde el inicio como una intervención que debía respetar el espacio, acompañar la arquitectura y establecer un diálogo visual y matérico con el entorno. Debido a las restricciones patrimoniales, los expositores debían ser autoportantes: no podían anclarse a las paredes ni interferir con la estructura existente.
A partir de esta premisa, se desarrolló un sistema de marcos de madera que contienen tres planos de información suspendidos, uno por cada capa de lectura, dispuestos a diferentes alturas y profundidades. Esta solución no solo organiza el contenido de forma clara, sino que introduce ritmo y ligereza al recorrido del visitante, generando juegos de luz y sombra a medida que el día avanza.
Detalles constructivos de los expositores
Detalles constructivos de los expositores
Detalles constructivos de los expositores
Detalles constructivos de los expositores
Soluciones técnicas y narrativa gráfica
El proyecto se resolvió sin tocar los muros, con bajo presupuesto, en un espacio que mezcla materiales irregulares, texturas antiguas y distintas alturas, logrando un resultado limpio, ordenado y con ritmo visual que demuestra oficio y sensibilidad.El diseño gráfico se articula mediante una guía de estilos cromática específica —granates, tierras, tonos piedra— que dialoga con los acabados arquitectónicos y refuerza la narrativa. Estos colores no son meramente decorativos, sino que recogen los tonos del entorno. La familia tipográfica Scala, en versiones Serif y Sans, aporta una identidad visual sobria y coherente con la escala humana del lugar, añadiendo un punto de sofisticación sin caer en lo pretencioso.
Un trabajo con múltiples capas de lectura
Lejos de imponer una presencia sobre la arquitectura, el diseño expositivo se integra como una presencia silenciosa pero significativa, que respeta, acompaña y estructura la experiencia del visitante. Cada decisión —material, gráfica o espacial— está en sintonía con el carácter de la alquería.
Los expositores funcionan a muchos niveles: son ligeros, legibles, honestos en materiales y proporciones, y sin embargo mantienen su identidad. Están presentes sin imponer. Esa ligereza estructural y formal refuerza la lectura del edificio y crea un conjunto armonioso donde nada chirría y nada sobra.
Se trata, en definitiva, de un trabajo que puede pasar desapercibido para quien no mire con atención, pero que aguanta perfectamente una lectura crítica y especializada. Y eso, en contextos patrimoniales y con bajo presupuesto, constituye un logro significativo que vincula de manera sensible el pasado con el presente.
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