
El reto de esta cubierta era traducir visualmente un libro que se mueve entre la crónica, el ensayo y la memoria. Bululú no es una novela ni un poemario al uso: es el relato de un actor que se convierte en caminante, un cómico que sobrevive representando en plazas, bares o pueblos diminutos.
El diseño debía transmitir ese tono popular pero culto, humano pero no costumbrista, artesanal pero contemporáneo. Encontrar ese equilibrio fue el verdadero desafío. En el fondo, Bululú habla también de eso: de vivir del propio oficio, de usar las palabras —o las letras— para poder comer. Sin gestos grandiosos, pero con dignidad. El libro y su diseño comparten esa misma ética: la de seguir haciendo, aunque sea con lo justo.

El bululú es un representante solo, que camina a pie y pasa su camino, y entra en el pueblo, habla al cura y dícele que sabe una comedia y alguna loa: que junte al barbero y sacristán y se la dirá porque le den alguna cosa para pasar adelante. Júntanse éstos y él súbese sobre un arca y va diciendo: «agora sale la dama» y dice esto y esto; y va representando, y el cura pidiendo limosna en un sombrero, y junta cuatro o cinco cuartos, algún pedazo de pan y escudilla de caldo que le da el cura, y con esto sigue su estrella y prosigue su camino hasta que halla remedio.
— Agustín de Rojas
El viaje entretenido
Bululú es una crónica de carretera y palabra. El testimonio de un actor que decide recuperar una palabra antigua y hacerla suya: bululú, el cómico ambulante que recorre los pueblos representando solo, sin escenario ni artificio.
En sus páginas, Ros Beret relata su propia experiencia como artista errante: los veranos de gira, los pueblos diminutos, los silencios, las noches en carretera y la emoción de contar una historia frente a un puñado de desconocidos.
El libro combina memoria, diario de viaje y ensayo sobre el teatro popular, en un tono que oscila entre la confesión, la ironía y la poesía. Es, a la vez, un relato vital y un manifiesto sobre la dignidad del oficio de contar, sobre la necesidad de mantener viva la palabra oral cuando todo parece digital y efímero.

La cubierta traduce visualmente esa idea de movimiento y oficio solitario. Una "B", síntesis de Bululú y de Beret, que a la vez funciona como un antifaz: símbolo del actor que se transforma en personajes. Una gran "B" con textura, humana y presente, que se convierte en protagonista y en personaje. Una pequeña llave de cuerda asoma en su costado, transformando la letra en acción, imagen exacta del bululú: el actor que cada noche se reactiva para seguir caminando.
Es una idea que parece inevitable, como si siempre hubiera existido y solo hubiera hecho falta descubrirla. La B funciona como símbolo con lecturas sucesivas —Beret, Bululú, autómata, titiritero, oficio— y tiene la economía de medios suficiente para convertirse en logotipo: un solo gesto gráfico potente que da identidad real.
El libro se imprimió sobre cartón kraft natural sin plastificar, material que refuerza su dimensión popular, manual y honesta. Nada sobra, nada disfraza: solo tipografía, textura y silencio. Un diseño que, como el oficio que representa, se sostiene en lo esencial.
El planteamiento va más allá de resolver una cubierta: construye un pequeño sistema visual que condensa el espíritu de Ánimas del Huerva. El uso del cartón natural, la modestia tipográfica y la escala justa dotan al objeto de una ética: diseñar bien no es embellecer, es revelar el carácter de las cosas.
Hay algo de cartel antiguo, de imprenta de pueblo, pero con la limpieza y precisión de un diseñador contemporáneo. Tiene el valor de lo honesto, de lo bien pensado y ejecutado sin ruido.
Bululú es el tercer título de la editorial Ánimas del Huerva, fundada por Ros Beret, Julio Lafuente y Óscar Baiges. Antes se publicaron:
- No hay silencio como el de la nieve (Ros Beret, 2011)
- Belver de Cinca. Entre la historia y la memoria (Germán Ferrer Marzola, 2012)
El sello, nacido en Zaragoza, combina lo literario con lo afectivo y lo obstinado. Su emblema —una botella con una "a" flotando en el río— procede de un texto referenciado en Bululú, donde nombran la carta lanzada al Huerva por un tal Pedro Enrique Malospasos, un "vagabundo obstinado" que enviaba noche tras noche mensajes imposibles con la esperanza de que los encontrase Monica Bellucci. Sirva como homenaje a todos los quijotescos obstinados que hacen de esta ciudad un lugar un poco menos aburrido.

Páginas 282 y 283, donde se relata la creación de la editorial, y el símbolo de la botella que la acompaña.

La primera vez donde nos conocimos —Ros Beret, Julio Lafuente y yo—, en el bar Teatro de las Ánimas, donde nació la editorial Ánimas del Huerva.

Y la carta de la botella dice así:
Vaya por delante que no será fácil.
Cada noche coloca tu carta dentro de cada una de las botellas que te hayas bebido previamente. Tápalas bien con un corcho. Abre la ventana y lánzalas al río Huerva.
El río seguirá su camino hacia el Ebro que llevará tus botellas hasta el Mediterráneo. Una vez en el mar solo hay que seguir esperando a que alguna de esas botellas llegue hasta Italia. Y finalmente, tener fe en que la encuentre una actriz italiana.
Ya se ha dicho que no sería fácil.
Beber te ayudará a no desesperar y multiplicará tus posibilidades.
Si no te vale cualquier actriz italiana sino que tienes en mente a una en concreto, pongamos por ejemplo Monica Belucci, has de saber que la cosa se complica.
No desesperes.
Lo harás. Ya te adelanto que lo harás.
Pero continúa pase lo que pase.
Cuando te veas flaquear, sigue bebiendo.
Y, sobre todo, sigue lanzando botellas al río.
Para animarte piensa en las posibilidades de un espermatozoide determinado. Piensa que a pesar de todo tu existes. Piensa que ella también existe. Y no solo eso. Piensa además que esos dos hechos suceden casi en el mismo punto de la galaxia y exactamente en el mismo segundo sideral.
Reconocerás que tampoco eso era fácil. Y sin embargo ha sucedido.
Ten en cuenta otros aspectos importantes. Sobre todo, la carta. Se recomienda utilizar siempre la misma. No sería bueno para tu cordura pensar que hay cartas mejores y otras peores. Eso es inadmisible. Deberás escribir una carta perfecta para evitar cualquier tentación correctora. Perfecta.
Tampoco eso será fácil.
Se recomienda taxativamente despreciar cualquier otro método que intenten venderte.
No caigas en la tentación. Mienten. Reconocerás que enviarle unas flores con una tarjeta pueden hacerlo millones y millones y millones de tarados. Tú eres único y tus ansias van mucho más allá.
Puede que con esos métodos la comunicación sea más sencilla pero aquí no se trata de comunicación sino de llegar a satisfacer un deseo imposible y brutal. Si la magnitud de tu deseo es tal como para intentarlo sabrás que solo pueden adoptarse medidas milagrosas para mostrar fidedignamente ese deseo. Si el deseo es inconcebible no se puede falsear declarándolo mediante cauces ordinarios. Para que ella comprenda lo descomunal de tu empresa tiene que saber que tus métodos van más allá de cualquier lógica.
Imagina para evitar esas tentaciones lo hermoso que sería vencer. Y vencer a tu manera.
Imagínatelo un momento. Quiero que la veas. Que la veas caminando por la playa una tarde gris de invierno. Imagina su pelo negro y sus voluptuosas curvas. Imagina como se agacha a recoger una botella que el mar le ha enviado a los pies. Imagina sus caderas salvajes. Imagina su culo redondo y turgente. Mira como muerde su labio inferior mientras lee tu carta perfecta.
Piensa en que cuando comprenda cual ha sido tu sistema postal y la honestidad de tu deseo, no tendrá otra maldita opción que aceptarte. No digo que te vaya a amar para siempre pero, como mínimo, no sería descabellado que te aceptase para una tórrida siesta. Para una tórrida siesta. Piénsalo, una tórrida siesta con Monica Belucci.
Has de saber que muchas de esas botellas llegarán a gente que no sean precisamente Monica Belucci. Gente que a buen seguro se burlará de ti.
Que les den por culo.
Que les den por culo a todos.
Tú sigue bebiendo y lanzando botellas al río.
Por último, no quiero engañarte, ten en cuenta que existe la posibilidad de que tu carta no llegué a su destino jamás.
Asumir eso tampoco será fácil.
Pero no será lo más difícil.
Lo más difícil será aceptar que ha habido, hay, y habrá, montones de payasos que se metan en su cama sin hacer nada de esto.

El resultado fue un libro cálido y profundamente humano, coherente entre contenido y apariencia: una edición que huele a camino, a papel y a palabra viva.
Sinceramente, es redondo. No tanto por espectacularidad (no la busca) sino por coherencia total entre contenido, materia y tono. El libro respira honestidad: el kraft, la tipografía de madera, la textura seca… todo está al servicio de un texto que habla de lo artesanal, del esfuerzo de seguir andando con lo justo.
Pese a su distribución modesta y sin pretensiones comerciales, Bululú encontró a su público. Su autenticidad —en el tono, en la materia y en el gesto— convirtió lo pequeño en esencial.
Todas sus ediciones se agotaron: más de 1.500 ejemplares vendidos, difundidos boca a boca, como quien pasa una historia de mano en mano.
Un libro que, igual que su protagonista, sigue caminando.
Se nota que no se hizo para mostrar talento, sino para acompañar una historia que importa. Y eso, al final, es lo que hace memorable un trabajo de diseño: que sea un puente entre personas, no entre estilos.
Diseñar libros así recuerda que el diseño, a veces, también puede ser un oficio de fe.

El reto de esta cubierta era traducir visualmente un libro que se mueve entre la crónica, el ensayo y la memoria. Bululú no es una novela ni un poemario al uso: es el relato de un actor que se convierte en caminante, un cómico que sobrevive representando en plazas, bares o pueblos diminutos.
El diseño debía transmitir ese tono popular pero culto, humano pero no costumbrista, artesanal pero contemporáneo. Encontrar ese equilibrio fue el verdadero desafío. En el fondo, Bululú habla también de eso: de vivir del propio oficio, de usar las palabras —o las letras— para poder comer. Sin gestos grandiosos, pero con dignidad. El libro y su diseño comparten esa misma ética: la de seguir haciendo, aunque sea con lo justo.

El bululú es un representante solo, que camina a pie y pasa su camino, y entra en el pueblo, habla al cura y dícele que sabe una comedia y alguna loa: que junte al barbero y sacristán y se la dirá porque le den alguna cosa para pasar adelante. Júntanse éstos y él súbese sobre un arca y va diciendo: «agora sale la dama» y dice esto y esto; y va representando, y el cura pidiendo limosna en un sombrero, y junta cuatro o cinco cuartos, algún pedazo de pan y escudilla de caldo que le da el cura, y con esto sigue su estrella y prosigue su camino hasta que halla remedio.
— Agustín de Rojas
El viaje entretenido
Bululú es una crónica de carretera y palabra. El testimonio de un actor que decide recuperar una palabra antigua y hacerla suya: bululú, el cómico ambulante que recorre los pueblos representando solo, sin escenario ni artificio.
En sus páginas, Ros Beret relata su propia experiencia como artista errante: los veranos de gira, los pueblos diminutos, los silencios, las noches en carretera y la emoción de contar una historia frente a un puñado de desconocidos.
El libro combina memoria, diario de viaje y ensayo sobre el teatro popular, en un tono que oscila entre la confesión, la ironía y la poesía. Es, a la vez, un relato vital y un manifiesto sobre la dignidad del oficio de contar, sobre la necesidad de mantener viva la palabra oral cuando todo parece digital y efímero.

La cubierta traduce visualmente esa idea de movimiento y oficio solitario. Una "B", síntesis de Bululú y de Beret, que a la vez funciona como un antifaz: símbolo del actor que se transforma en personajes. Una gran "B" con textura, humana y presente, que se convierte en protagonista y en personaje. Una pequeña llave de cuerda asoma en su costado, transformando la letra en acción, imagen exacta del bululú: el actor que cada noche se reactiva para seguir caminando.
Es una idea que parece inevitable, como si siempre hubiera existido y solo hubiera hecho falta descubrirla. La B funciona como símbolo con lecturas sucesivas —Beret, Bululú, autómata, titiritero, oficio— y tiene la economía de medios suficiente para convertirse en logotipo: un solo gesto gráfico potente que da identidad real.
El libro se imprimió sobre cartón kraft natural sin plastificar, material que refuerza su dimensión popular, manual y honesta. Nada sobra, nada disfraza: solo tipografía, textura y silencio. Un diseño que, como el oficio que representa, se sostiene en lo esencial.
El planteamiento va más allá de resolver una cubierta: construye un pequeño sistema visual que condensa el espíritu de Ánimas del Huerva. El uso del cartón natural, la modestia tipográfica y la escala justa dotan al objeto de una ética: diseñar bien no es embellecer, es revelar el carácter de las cosas.
Hay algo de cartel antiguo, de imprenta de pueblo, pero con la limpieza y precisión de un diseñador contemporáneo. Tiene el valor de lo honesto, de lo bien pensado y ejecutado sin ruido.
Bululú es el tercer título de la editorial Ánimas del Huerva, fundada por Ros Beret, Julio Lafuente y Óscar Baiges. Antes se publicaron:
- No hay silencio como el de la nieve (Ros Beret, 2011)
- Belver de Cinca. Entre la historia y la memoria (Germán Ferrer Marzola, 2012)
El sello, nacido en Zaragoza, combina lo literario con lo afectivo y lo obstinado. Su emblema —una botella con una "a" flotando en el río— procede de un texto referenciado en Bululú, donde nombran la carta lanzada al Huerva por un tal Pedro Enrique Malospasos, un "vagabundo obstinado" que enviaba noche tras noche mensajes imposibles con la esperanza de que los encontrase Monica Bellucci. Sirva como homenaje a todos los quijotescos obstinados que hacen de esta ciudad un lugar un poco menos aburrido.

Páginas 282 y 283, donde se relata la creación de la editorial, y el símbolo de la botella que la acompaña.

La primera vez donde nos conocimos —Ros Beret, Julio Lafuente y yo—, en el bar Teatro de las Ánimas, donde nació la editorial Ánimas del Huerva.

Y la carta de la botella dice así:
Vaya por delante que no será fácil.
Cada noche coloca tu carta dentro de cada una de las botellas que te hayas bebido previamente. Tápalas bien con un corcho. Abre la ventana y lánzalas al río Huerva.
El río seguirá su camino hacia el Ebro que llevará tus botellas hasta el Mediterráneo. Una vez en el mar solo hay que seguir esperando a que alguna de esas botellas llegue hasta Italia. Y finalmente, tener fe en que la encuentre una actriz italiana.
Ya se ha dicho que no sería fácil.
Beber te ayudará a no desesperar y multiplicará tus posibilidades.
Si no te vale cualquier actriz italiana sino que tienes en mente a una en concreto, pongamos por ejemplo Monica Belucci, has de saber que la cosa se complica.
No desesperes.
Lo harás. Ya te adelanto que lo harás.
Pero continúa pase lo que pase.
Cuando te veas flaquear, sigue bebiendo.
Y, sobre todo, sigue lanzando botellas al río.
Para animarte piensa en las posibilidades de un espermatozoide determinado. Piensa que a pesar de todo tu existes. Piensa que ella también existe. Y no solo eso. Piensa además que esos dos hechos suceden casi en el mismo punto de la galaxia y exactamente en el mismo segundo sideral.
Reconocerás que tampoco eso era fácil. Y sin embargo ha sucedido.
Ten en cuenta otros aspectos importantes. Sobre todo, la carta. Se recomienda utilizar siempre la misma. No sería bueno para tu cordura pensar que hay cartas mejores y otras peores. Eso es inadmisible. Deberás escribir una carta perfecta para evitar cualquier tentación correctora. Perfecta.
Tampoco eso será fácil.
Se recomienda taxativamente despreciar cualquier otro método que intenten venderte.
No caigas en la tentación. Mienten. Reconocerás que enviarle unas flores con una tarjeta pueden hacerlo millones y millones y millones de tarados. Tú eres único y tus ansias van mucho más allá.
Puede que con esos métodos la comunicación sea más sencilla pero aquí no se trata de comunicación sino de llegar a satisfacer un deseo imposible y brutal. Si la magnitud de tu deseo es tal como para intentarlo sabrás que solo pueden adoptarse medidas milagrosas para mostrar fidedignamente ese deseo. Si el deseo es inconcebible no se puede falsear declarándolo mediante cauces ordinarios. Para que ella comprenda lo descomunal de tu empresa tiene que saber que tus métodos van más allá de cualquier lógica.
Imagina para evitar esas tentaciones lo hermoso que sería vencer. Y vencer a tu manera.
Imagínatelo un momento. Quiero que la veas. Que la veas caminando por la playa una tarde gris de invierno. Imagina su pelo negro y sus voluptuosas curvas. Imagina como se agacha a recoger una botella que el mar le ha enviado a los pies. Imagina sus caderas salvajes. Imagina su culo redondo y turgente. Mira como muerde su labio inferior mientras lee tu carta perfecta.
Piensa en que cuando comprenda cual ha sido tu sistema postal y la honestidad de tu deseo, no tendrá otra maldita opción que aceptarte. No digo que te vaya a amar para siempre pero, como mínimo, no sería descabellado que te aceptase para una tórrida siesta. Para una tórrida siesta. Piénsalo, una tórrida siesta con Monica Belucci.
Has de saber que muchas de esas botellas llegarán a gente que no sean precisamente Monica Belucci. Gente que a buen seguro se burlará de ti.
Que les den por culo.
Que les den por culo a todos.
Tú sigue bebiendo y lanzando botellas al río.
Por último, no quiero engañarte, ten en cuenta que existe la posibilidad de que tu carta no llegué a su destino jamás.
Asumir eso tampoco será fácil.
Pero no será lo más difícil.
Lo más difícil será aceptar que ha habido, hay, y habrá, montones de payasos que se metan en su cama sin hacer nada de esto.

El resultado fue un libro cálido y profundamente humano, coherente entre contenido y apariencia: una edición que huele a camino, a papel y a palabra viva.
Sinceramente, es redondo. No tanto por espectacularidad (no la busca) sino por coherencia total entre contenido, materia y tono. El libro respira honestidad: el kraft, la tipografía de madera, la textura seca… todo está al servicio de un texto que habla de lo artesanal, del esfuerzo de seguir andando con lo justo.
Pese a su distribución modesta y sin pretensiones comerciales, Bululú encontró a su público. Su autenticidad —en el tono, en la materia y en el gesto— convirtió lo pequeño en esencial.
Todas sus ediciones se agotaron: más de 1.500 ejemplares vendidos, difundidos boca a boca, como quien pasa una historia de mano en mano.
Un libro que, igual que su protagonista, sigue caminando.
Se nota que no se hizo para mostrar talento, sino para acompañar una historia que importa. Y eso, al final, es lo que hace memorable un trabajo de diseño: que sea un puente entre personas, no entre estilos.
Diseñar libros así recuerda que el diseño, a veces, también puede ser un oficio de fe.
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